jueves, 4 de octubre de 2012

Como una ciega.

Durante el verano decidí recuperar una afición con la promesa de no volver a abandonarla; La fotografía. Y desde entonces, experimento algo extraño, siento que desaparezco cada vez que cojo mi cámara. Juan me había hablado mucho de éste accidente y de sus propiedades creativas.

Lo cierto es que cuando hago fotos, parto de una imagen que se instala en mi mente pero que es difusa y vaga, poco clara, apenas perceptible. Encuentro un inmenso placer en ese tiempo de exploración, interacción y de diálogo con la realidad. Absorta y suspendida en el tiempo.

La búsqueda de una imagen conlleva un ir a tientas, ver con todos los sentidos menos con la mirada. Pues en el momento de disparar, lo único que veo es lo imaginado y lo deseado. Para ver mejor, cierro los ojos, proyecto una idea y voy detrás de ella, siempre movida por el deseo de desvelar, tocar, especular o ser otra.

Por imposible que parezca, siento que hacer fotos es como dibujar. Como señala J. Derrida, un acto de ceguera, de no visión. Una forma de relacionarse desde dentro hacia afuera. De palpar el mundo, de acariciarlo y quererlo. Sin darme cuenta entro en un juego especulativo entre la oscuridad y la luz con el fin de dejarme sorprender. Si fotografiar es un fenómeno a priori de ausencia y de ceguera, resulta asombrosa la claridad con la que así se ven las cosas.