jueves, 12 de septiembre de 2013

El tiempo de las mareas.

Siento debilidad por el “relato confesional” recogido en diarios, correspondencias, álbumes o cuadernos de viajes. Territorios donde sobresale el impudor por exhibir lo íntimo, aquello que expresamos en voz baja, la necesidad de elaborar el yo o de construir memoria. En ellos prevalece siempre un diálogo entre el interior y el exterior que conecta con el pulso de la vida y el rumor del propio cuerpo: como una forma de oleaje orgánico que lucha contra el olvido y el naufragio. En “la confesión” hay corriente, temblor, latido. Un intento por sujetarse al otro, pero también liberación, desprendimiento. Nos relaciona con el mundo. Nos rescata. Nos reivindica.

Son numerosos los nombres que me han conducido a un lugar subterráneo reservado a lo más íntimo, tan incómodo como fascinante; Tracey Emin, Paula Rego, L. Bourgeois, Annie Leibovitz y Susan Sontag, Diane Arbus, F. Kalho, Sally Mann, Sophie Calle, Duane Michals, On Kawara, Mery Kelly, Rimbaud, Kafka y Milena, Rilke, Anne Sexton, Laura Freixas, Virginia Woolf, Flaubert y Colet, Idea Vilariño, Alice Munró, Maeve Brennan, Margerite Duras…

El arte y la literatura “confesional” exploran el material autobiográfico sin orden ni concierto, a un ritmo cercano al ir y venir de las mareas. Un análisis que continuamente regresa a la reiteración y la reinterpretación, moviéndose hacia adelante y hacia atrás. Que comporta un tiempo diferente al que marcan las agujas de un reloj porque se dilata y suspende en el espacio. Géneros y lenguajes artísticos que obedecen a una escritura o representación en constante elaboración...que terminan hablando de quiénes somos.

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